De la supervivencia

Antes de hablar sobre el agradecimiento, me gustaría contarte una pequeña historia; la de nuestra especie, y de cómo evolucionó para sobrevivir en un ambiente hostil. Según los últimos hallazgos, el Homo Sapiens Sapiens tiene al menos una antigüedad de entre 300.000 y 350.000 años, y se originó en el norte de África. Al margen de la discusión científica que puede suscitar el tema, lo cierto es que el contexto en el que nuestros ancestros tuvieron que sobrevivir era considerablemente amenazador, sobre todo para una especie proveniente de la rama grácil de los homínidos. Imagina a uno de nuestros antepasados, caminando por la selva y encontrándose de bruces con una figura de color beige que se oculta entre unos matojos. En ese momento, el sistema nervioso de nuestro antepasado tiene dos opciones: (a) pensar que se trata de una roca y seguir con normalidad; (b) evaluar que se trata de un león, activándose el sistema de alarma del cuerpo, es decir, una reacción de estrés que le capacitará para procurar sobrevivir por cualquier medio a su alcance. En este punto, puede suceder que se trate efectivamente de una inofensiva roca, por lo que en cualquiera de los dos casos nuestro Homo Sapiens no tendrá mayores dificultades (en todo caso, el segundo se habrá sobresaltado innecesariamente y poco más). Sin embargo, en el supuesto de que se trate en realidad de un león, la opción (a) conduciría directamente a la muerte, porque nuestro antepasado no habría detectado la amenaza. La alternativa (b), por su parte, tendría mayores opciones de sobrevivir, dado que se habría percatado del peligro y podría tomar cartas en el asunto –obviaremos aquí las dificultades evidentes que supone encontrarse con un león…

La consecuencia evolutiva de lo anterior es que aquellos individuos que se alarmaban ante potenciales peligros –fuesen o no reales–, tenían mayores probabilidades sobrevivir, y es de éstos de quienes provenimos. Siendo esto así, podríamos afirmar que nuestro sistema nervioso ha evolucionado para alarmarse por defecto. Porque, en términos de supervivencia, es mejor preocuparse por algo inofensivo y llevarse un mal trago por una roca, que dar por sentado que no hay peligro y acabemos siendo el almuerzo de un felino. Obviamente, el mundo en el que nos desenvolvemos en la actualidad es distinto, y las amenazas potenciales son depredadores en forma de proyectos que hay que entregar con urgencia, facturas a pagar, tablas de Excel que no se sabe por qué diablos no funcionan, etc. Es por este motivo que nuestro sistema nervioso presta atención prioritariamente a lo negativo, a lo que puede resultar amenazador para nosotros. Y a veces, nuestra reacción puede ser completamente desproporcionada, pero ese es un tema que dejaremos para otra ocasión. La idea central aquí es que, nos guste o no, estamos diseñados para sobrevivir, no para ser felices. A esto, los psicólogos lo llamamos el sesgo negativista.

Otro resultado de este sesgo, y la consecuente activación del sistema de amenaza/supervivencia del sistema nervioso, es que entran a jugar emociones negativas como la ira o el miedo. El problema de esto radica en que, al margen del desgaste producido por el estrés, estas emociones nos conducen a la rigidez psicológica y al caos (Siegel, 2011). En este estado, el foco atencional se reduce, al igual que el margen que tenemos para generar alternativas de acción. Podemos decir que el cerebro echa mano de aquellas estrategias que le ha funcionado en ocasiones anteriores, sean o no contraproducentes para la salud, e incluso, probablemente, menos eficaces o potencialmente peligrosas.

¿Condenados a la infelicidad?

Por suerte, no todo se reduce a sobrevivir en un ambiente hostil y nuestro sistema nervioso tiene estructuras neurales que nos permiten ser felices, o mejor, gozar de bienestar. Según la psicología clínica, disponemos de tres estrategias para fomentar el bienestar y generar un contexto que aumente la frecuencia y duración de las emociones positivas (Germer y Neff, 2019): (a) saborear los momentos de felicidad, alargándolos en la medida de lo posible al hacernos conscientes de ellos; (b) autoaprecio, ver lo bueno que hay en nosotros –porque seamos sinceros, para encontrarnos defectos no tenemos problemas, pero para lo contrario…–; (c) agradecer, es decir, darnos cuenta de las cosas positivas que nos suceden a diario en la vida, porque son muchas –tan sencillas y profundas como la sonrisa de un ser querido, o esa compañera de oficina que nos resuelve una duda o nos echa una mano.

A diferencia de las emociones negativas, las positivas aumentan nuestra capacidad de prestar atención y flexibilizan nuestro pensamiento. En este estado, nos permitimos probar cosas nuevas, generando ideas innovadoras y recursos que suelen ser más productivos y eficaces. También, estas emociones aumentan la conducta de afiliación, lo que significa que colaboramos con nuestros semejantes, somos más empáticos –y lo son con nosotros–, se amortigua el impacto del estrés, etc.

Dar las gracias

Dada la naturaleza y objetivo de este post, nos centraremos ahora en el poder del agradecimiento, y para ello, primero debemos entender su significado. Etimológicamente, la palabra gratitud proviene del latín gratia, que hace referencia a un acto que implica bondad, generosidad, obsequio, la belleza de dar y recibir, o incluso ofrecer algo a cambio de nada. Esta acción puede ir dirigida a otro ser humano o incluso a cualquier ser o entidad, como puede ser una divinidad, un animal o la naturaleza. Se trata de un proceso atributivo que implica dos fases. La primera consiste en tomar consciencia de que se ha alcanzado un resultado positivo asociado a sentimientos de felicidad. Después, este estado se atribuye a causas externas, creando así una conexión entre la felicidad y el agradecimiento. Podríamos decir que la gratitud es una combinación de júbilo y admiración, experimentada por aquellas personas que aceptan un regalo proveniente de un benefactor. Igualmente, se ha definido a la gratitud como una emoción empática, dado que solo sentimos gratitud cuando reconocemos y apreciamos lo que otros han hecho por nosotros.

Desde el marco de trabajo de la Psicología Positiva, la gratitud se concibe como una apreciación de todos los aspectos positivos de la vida. Según los estudios, se relaciona con aumentos de la esperanza y el optimismo, así como descensos en estados afectivos como depresión, ansiedad y envidia. También, se han encontrado relaciones entre gratitud y afecto positivo, satisfacción con la vida y apoyo social. Es más, la gratitud está asociada con el bienestar –tanto subjetivo como psicológico–, encontrándose esta relación mediada por el afecto. Esta relación ha llevado a considerar el diseño de intervenciones para fortalecer la conducta de agradecimiento como promoción del bienestar.

La neurociencia, por su parte, también se ha ocupado del estudio del agradecimiento. A este nivel, Fox, Kaplan, Damasio y Damasio (2015) realizaron un estudio de neuroimagen (técnicas que permiten visionar el funcionamiento del cerebro tridimensionalmente y en tiempo real), comprobando que la gratitud está relacionada con la activación de regiones neurales asociadas a la cognición moral (corteza prefrontal medial, córtex cingulado anterior), recompensa (córtex prefrontal ventromedial), teoría de la mente (córtex prefrontal ventromedial dorsal) y emociones básicas (ínsula). Esto apoya el hecho de que la gratitud, además de constituir un reforzador social, se relaciona con conductas de carácter moral y empático, además de constituir un mecanismo de regulación emocional que amortigua el estrés y el impacto de las emociones negativas.

La gratitud en las organizaciones

La investigación pone de relieve la importancia de la gratitud en el éxito organizacional. Así, dar las gracias tiene un efecto de mejora directa sobre el clima organizacional y contribuye al aumento del bienestar individual, reduciendo emociones negativas en el trabajo, como el rencor y la envidia. Igualmente, juega un papel importante en la eficiencia de los empleados, sus éxitos, productividad y lealtad. La gratitud, pues, constituye un recurso valioso que sustenta el desempeño. Asimismo, la gratitud en el entorno laboral promueve el sentido de seguridad psicológica (es decir, la confianza que la persona tiene para asumir riesgos interpersonales, lo que facilita, por ejemplo, solicitar ayuda cuando la necesita).

Parte del efecto positivo de la gratitud sobre el bienestar organizacional se debe a su efecto «antídoto» contra emociones tóxicas, como los celos o la percepción de injusticia, ambas con consecuencias negativas para el desempeño. La gratitud influye positivamente en la actitud hacia los demás (p. ej. la percepción que se tiene acerca de la ayuda que ofrecen los superiores y los compañeros), lo que aumenta la satisfacción con las relaciones interpersonales en el trabajo. Las personas agradecidas se sienten mejor, y su bienestar les ayuda a percibir a sus compañeros de forma más positiva, mejorando las conductas cívicas organizacionales y fortaleciendo la reciprocidad, el trabajo en equipo y el altruismo. La gratitud, además, garantiza que los trabajadores sean reconocidos por sus contribuciones a la organización.

Igualmente, el uso de la gratitud tiene efectos no solo individuales, sino colectivos, dando lugar a un estado emocional positivo colectivo. Este estado compartido de gratitud mejora el desempeño contextual, el aprendizaje grupal y la calidad de las conexiones en la organización, lo que derivará en menor rotación de la plantilla y mayor productividad.

En 2017, Fehr y sus colaboradores diseñaron un modelo sobre el funcionamiento de la gratitud en las organizaciones, indicando cómo esta opera tanto a nivel individual como grupal. Según estos autores, en las organizaciones podemos distinguir tres niveles de gratitud, que trabajan en sinergia:

  • Gratitud episódica. Un sentimiento de aprecio en respuesta a una experiencia beneficiosa para uno mismo, pero atribuible a un benefactor. Se relaciona con el civismo organizacional.
  • Gratitud persistente. Una tendencia estable a sentir agradecimiento en un contexto particular. Se relaciona con el bienestar y el intercambio grupal.
  • Gratitud colectiva. Gratitud persistente que es compartida por los miembros de una organización. Se relaciona con la resiliencia organizacional y la responsabilidad social corporativa.

De acuerdo con este modelo, aquellas organizaciones interesadas en mantener un estado óptimo de desempeño y bienestar deben cuestionarse cómo cultivar y estimular actos de gratitud en sus miembros.

Entrenando la gratitud

Como cualquier otra conducta humana, el agradecimiento puede ser entrenado y fortalecido, de manera que forme parte del repertorio comportamental de los individuos. En este sentido, se ha comprobado la eficacia de utilizar aplicaciones informáticas para reforzar el agradecimiento. Por ejemplo, el grupo de investigación de Ghandeharioun y cols. (2016) encontró que el uso de una App de móvil era eficaz para aumentar el agradecimiento entre sus usuarios, mejorando asimismo el bienestar psicológico, el equilibrio emocional, las relaciones con los demás y la actividad física.

En consonancia con la evidencia disponible, así como las últimas tendencias en Psicología Organizacional Positiva, Feedbalia es un instrumento útil para el entrenamiento del agradecimiento, así como el fortalecimiento de las competencias profesionales de las personas que diariamente hacen uso de ella.

En otro post profundizaremos en la lógica que subyace al entrenamiento del agradecimiento, donde podrás comprobar lo sencillo que resulta, sobre todo cuando se sistematiza con los recursos tecnológicos disponibles a día de hoy.

Referencias

Di Fabio, A., Palazzeschi, L., & Bucci, O. (2017). Gratitude in organizations: a contribution for healthy organizational contexts. Frontiers in psychology, 8, 2025.

Fehr, R., Fulmer, A., Awtrey, E., & Miller, J. A. (2017). The grateful workplace: A multilevel model of gratitude in organizations. Academy of Management Review, 42(2), 361–381.

Fox, G. R., Kaplan, J., Damasio, H., & Damasio, A. (2015). Neural correlates of gratitude. Frontiers in Psychology, 6, 1491.

Germer, C., & Neff, K. (2019). Teaching the mindful self–compassion program: A guide for professionals. Guilford Publications.

Ghandeharioun, A., Azaria, A., Taylor, S., & Picard, R. W. (2016). “Kind and grateful”: a context–sensitive smartphone app utilizing inspirational content to promote gratitude. Psychology of well–being, 6(1), 9.

Siegel, D. (2011). Mindsight: Transform Your Brain with the Science of Kindness. Oneworld Publications.

 

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